domingo, 12 de abril de 2015

Oh My Fuck

Muchos medios de comunicación y portales de internet han destacado que, de acuerdo a las cajas negras recuperadas y a los llamados desde teléfonos móviles de varios pasajeros del vuelo 9525 de Germanwings, siniestrado en Francia a causa de una acción suicida del copiloto, lo que más se pronunció en esos angustiosos minutos dentro del aeroplano fue el nombre de Dios, en las más diversas lenguas y las más desesperadas frases. Incluso, se destacan las últimas palabras del piloto, quien por un menester personal debió abandonar por unos minutos la cabina, y al regresar, notando que su compañero había cerrado el acceso y se disponía a dirigir el aparato a tierra, le gritó: "¡por el amor de Dios, abre la maldita puerta!". Una serie de datos que los sitios cristianos y los creyentes en general no han dejado de recalcar, insistiendo en que las personas, cuando se hallan en una situación límite, siempre se acuerdan del Señor, el mismo que están dispuestos a negar en otras ocasiones. Más aún: no faltan -independiente de su fe o no- aquellos que recuerdan ese dicho que asevera que "todos son ateos hasta que se empieza a caer el avión".

Desconozco el nivel de espiritualidad o religiosidad que mantenían los malogrados integrantes del vuelo de Germanwings. Mucho menos si alguno se convirtió durante esos instantes en que se dio cuenta lo cerca que se hallaba de la muerte. Sin embargo, sí se puede inferir, a la luz de esa misma coyuntura mostrada con tanto sensacionalismo en los medios de prensa, que la mayoría de ellos tenía una formación centrada en los valores de la civilización occidental, que incluye, siquiera de modo vago, aspectos básicos de la Biblia, Jesús y el cristianismo, así como una, cuando menos breve, historia de las iglesias que lo conforman. Resumiendo, fueron criados en una determinada cultura, la cual echa cimientos fundamentales en los más diversos ámbitos, por cierto también el religioso. En tal sentido, muchos han (hemos) aprendido y hasta veces asimilado frases que se usan como muletillas en momentos en que la adrenalina, las emociones o la impotencia, o las tres cosas a la vez, no da tiempo siquiera a pensar un parlamento original. Y entre ellas, más de una interjección que cita al Señor. Que de acuerdo: son reservadas para instantes tan extremos como el que experimentaron los pasajeros y los tripulantes de ese avión. Pero que se emplean por su fuerza lingüística, que de acuerdo, aumenta porque el nombre de Adonay está de por medio; no obstante, no pasan de tratarse de clichés tomados cuando la situación supera lo descriptible con palabras, y que en caso alguno constituyen una prueba de arrepentimiento, bastante menos de redención.

Además, cabe recordar que todas esas expresiones están tan ancladas en la vida cotidiana, que no faltan quienes se permiten sacarlas de contexto y llevarlas a un ambiente de burla o de comedia. Así por ejemplo, la exclamación "¡oh Dios mío!" (o su versión en inglés: "¡oh my God!") es utilizada en la pornografía. Por otro lado, hay parlamentos, como el del piloto, que en este afán por buscar gente que sólo en momentos difíciles se acuerda del Señor -y enseguida, supuestamente, le clama- resulta contraproducente, pues incluye una maldición dentro de su estructura, recurso lingüístico prohibido a los creyentes por tratarse de una forma de insulto. Lo que en resumen nos lleva a concluir que estas personas, al no dimensionar la importancia del nombre que compone las interjecciones que emiten, están cometiendo el pecado de tomarlo en vano. Y aunque es bien cierto que se les puede perdonar porque de acuerdo a las circunstancias no se encontraban en condiciones para usar completa y satisfactoriamente su raciocinio, de cualquier modo estamos en presencia de aullidos espetados en medio de la desesperación, alejados de una elaboración consciente, y que por lo tanto no se deben considerar como un testimonio de conversión. Más aún: ni siquiera sirven como demostración de que tarde o temprano la persona acabará acordándose de su creador.

Habría sido más honesto que los integrantes de este vuelo hubieran empleado lo que en lenguaje castizo se conoce como "malas palabras". Desde luego que en el caso de un cristianos se trataría de una contradicción. Pero el auténtico creyente no se desespera ante una situación así. Sino que se queda tranquilo, confiando en el Señor, con el último consuelo de que en el peor de los casos al menos tiene la certeza de que estará con Él en el paraíso. No necesita gritarlo a los cuatro vientos sin reflexionar, ni se siente impulsado a hacerlo en situaciones límites. Porque ya lo tiene en su mente y en su corazón.

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