domingo, 4 de mayo de 2014

Martín Larraín o Cuando La Familia es Buena

Indignación. Es lo único que cualquier persona con sus facultades cognitivas en perfectas condiciones puede sentir frente a la aberración cometida por Carlos Larraín, el conocido político derechista proveniente de un sector social acomodado, quien ofreció pagarle diez millones de pesos a la viuda de Hernán Canales, con el compromiso de que ésta desistiera de la querella contra su hijo Martín, quien atropelló y mató a ese ciudadano en un camino carretero de la localidad de Curanipe, luego de lo cual huyó y horas después dio una confesión falsa en un recinto policial, al parecer con el afán de que no se descubriera que estaba bebido. Un malestar general que se torna más profundo cuando uno analiza los acontecimientos y nota que el acuerdo antes mencionado es sólo el punto culminante de una seguidilla de injusticias en las que estuvieron involucrados los mismos tribunales, quienes rechazaron que otros familiares de la víctima -como sus hermanos, hijos o primos, que acompañaban al ahora occiso el día del fatal accidente- formaran parte de la demanda, reduciendo el respaldo de ella únicamente a la esposa, una mujer analfabeta y con prácticamente nulas posibilidades de proveerse de un abogado competente, incluso si fuera asignado por el sistema público.

Quizá la mejor manera de comprender la desfachatez, no tanto de Carlos Larraín como del sistema judicial, esté en la utilización del concepto de buena familia, que se aplica a núcleos conservadores de sectores altos, y por extensión medios, compuestos por un padre y una madre que llevan años de matrimonio, compromiso sellado ante un representante de la religión mayoritaria del país, y que en la medida de los posible cuentan con una alta cantidad de hijos (los del político son diez, de los cuales Martín es el menor). Porque dicho término implica que existe una suerte de lado oscuro, de mala familia o más bien de no-familia, que es una versión, más que opuesta, indeseada e indeseable. Y dado que los llamados buenos pertenecen a un estrato acaudalado e influyente, lo lógico es que los contrarios se ubiquen en las antípodas sociales, no tanto entre los más pobres sino más bien en el pueblo raso. Enseguida, considerando que lo correcto es lo que se debe cuidar con mayor celo, entonces es preciso resguardar al núcleo que cumple de mejor manera los estándares reseñados al comienzo de este párrafo. Condenar, siquiera encartar al benjamín de los Larraín, quien sólo cometió una chiquillada propia de su inmadurez, constituye un intento de destrucción de lo que es adecuado, lo que a la postre puede minar la moralidad de una nación. En cambio, lo otro es una masa amorfa y peligrosamente horizontal donde confluyen parientes cercanos y lejanos, en una mescolanza gregaria que se acerca a los planteamientos de los jipis y los socialistas.

Es la lección que le pretendieron dar los tribunales a la viuda de Hernán Canales. Padre, madre e hijos son los vértices de un triángulo creado por la sabia naturaleza. Cualquier instancia que rompa ese equilibrio es un hecho antisocial que no debe ser alentado. Por ello es que los hermanos y los hijos de la víctima merecían ser excluidos de la acusación contra Martincito. Tenían que estar preocupados de sus propios dependientes, y no ayudar a esposas o niños ajenos ni dejarse auxiliar por alguno de éstos, ya que eso significa que no hay orden al interior de la casa. Para colmo el jefe de hogar falleció, lo que a la larga es otro punto en contra de esta señora. ¿Cómo es posible que alguien con esa clase de antecedentes tenga el descaro de presentar pleito en contra de un muchacho que manejaba un costoso y estéticamente llamativo vehículo, el cual lo blindaba de eventuales ataques imprevisto, y con el cual además demostraba la importancia no de su familia, sino de la familia? ¿Cómo, más encima una piscina a la que apenas la entrelazaba la sangre, y que deambulaba por un camino asfaltado?

Es el problema de un país que privilegia de manera excesiva la ideología de la familia. Ésta, de manera irremediable, se acaba siempre reduciendo a los núcleos más altos, que cuentan con los recursos no sólo para mantener un buen número de hijos sino además evitar su exposición al exterior incluso cuando se trata de situaciones graves, lo que permite sostener el principio de lavar la ropa sucia en el hogar, donde hay unos padres competentes y repletos de valores. Al resto le queda afrontar las garras de la delincuencia, la adicción y el relajamiento moral. No importa su exterminio, más aún llega a ser aconsejable, pues representa una variante distorsionada y corrompida al estilo de los sistemas políticos descritos por Aristóteles, que es urgente extirpar porque entrega una mala imagen de lo que se cree. ¿Cómo fue que Hernán Canales y su esposa, o sus más cercanos, no fueron capaces de ahorrar lo suficiente para adquirir un automóvil, y así evitar que auténticos desconocidos sirvieran como escudos humanos mutuos? Una conclusión que subyace en decisiones como enviar a niños a orfanatos o quitárselos a sus progenitores biológicos para otorgarlos en una adopción irregular. De lo cual hablaremos más adelante.

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