domingo, 7 de octubre de 2012

La Decadencia del Imperio Romano

Con frecuencia se oye a los predicadores y evangelistas insistir que el imperio romano se desintegró por la excesiva tolerancia que sus ciudadanos le tenía a la inmoralidad. Con tal advertencia, pretenden llamar a los fieles y a las personas en general a actuar de acuerdo a los llamados "valores cristianos tradicionales", entendidos en el contexto de la moralina conservadora. Más aún: agregan que los seguidores de Jesús, precisamente gracias a que se guiaron por dichos preceptos, no sólo fueron los principales responsables del mantenimiento de la unidad política y geográfica de Roma -incluso en la época en que el cristianismo fue perseguido-, sino que además consiguieron preservar la civilización occidental.

Sin embargo, si uno revisa por un breve lapso la historia, se dará cuenta del escaso asidero que tienen esas afirmaciones. Para comenzar, la época de mayor esplendor del imperio latino se ubicó entre los siglos I y IV; es decir, justamente los años en los cuales los cristianos sufrían las penurias de la persecución y el martirio. En ese periodo Roma consigue ampliar las fronteras territoriales por casi todo el mundo conocido por las potencias occidentales, aparte de que en su interior se conoce de una prosperidad material sin precedentes y de un importante florecimiento cultural. Incluso, los gobernantes que más lejos llegaron en esta clase de logros, como Trajano o Galeno, fueron a su vez implacables con los hijos del camino. Muy por el contrario, la declinación del reino de los augustos empieza a gestarse a la par con la legalización del cristianismo, y se pone de manifiesto después de que Teodosio lo declara religión oficial y única del Estado, volteando la tortilla respecto de la relación con el paganismo clásico. Cabe consignar que este emperador divide el país entre sus dos vástagos, con lo cual acaba con la unidad nacional, hecho que trae como consecuencia el debilitamiento de la capacidad de sus dirigentes, lo cual va a repercutir directamente en la parte occidental, tomada por los bárbaros en 476; y de manera indirecta en la zona oriental, que se desangrará de modo lento pero progresivo hasta sucumbir en forma definitiva en manos de los otomanos en 1453. Por añadidura, el asunto del credo obligatorio significará la cancelación de actividades tales como los Juegos Olímpicos o la censura y destrucción de determinados libros que los obispos consideraban demostraciones de lo opuesto al Señor.

Por su parte, en lo que respecta a las comportamientos que supuestamente caracterizaban a los romanos, como la mole y la lascivia -y que en su mayoría se circunscribían a los emperadores, los nobles y los empresarios; pero no estaban presentes en el pueblo-: es justo acotar que no se acabaron con la irrupción del cristianismo. De hecho, muchos gobernantes convertidos, como Constantino, continuaron entregándose a los placeres mundanos de toda clase después de aceptar a Cristo. La gran excusa que emplearon fue retrasar el bautismo, hasta una fecha en la cual la muerte ya se vislumbraba como inevitable. Así, el responsable de autorizar por primera vez de manera formal a los hijos del camino, allá por el 315, siguió cometiendo fechorías tras la promulgación de ese edicto -entre las que se cuentan homicidios contra supuestos rivales al trono-, recibiendo el sacramento en su lecho de agonía, para colmo de manos de un hereje. Teodosio tampoco fue la excepción. Y así ocurrió con todas las autoridades durante los siguientes siglos; quienes, aunque fueran coronados por los papas de turno, nunca dejaron de cometer abusos aprovechándose de su cargo, llegando a situaciones tan indeseables como el derecho de pernada. Más todavía si se toma en cuenta  que hasta los pontífices cayeron en estos vicios.

Es lamentable admitirlo. Pero la expansión del cristianismo en el imperio romano en bastantes aspectos significó una involución. La prohibición de determinados elementos de la cultura clásica trajo como consecuencia la entrada en una vorágine de retraso y oscurantismo que se hará patente durante la Edad Media. Éste, sin embargo, no fue un problema iniciado por los convertidos de corazón, muchos de quienes experimentaron el martirio. Tampoco por la masa popular que empezó a abrazar la fe de manera honesta, incluso después de que Teodosio la proclamara religión oficial del Estado y exclusiva del país. Los responsables de tal distorsión fueron los poderosos de la época que vieron en la doctrina de Jesús un pozo para explotar en beneficio propio. En especial, desde el momento en que notaron que el vulgo se volcaba en favor de la nueva propuesta porque su mensaje se oponía justamente a las demostraciones de sibarita de los ricos, quienes a través de ellas oprimían a los demás. La historia es cíclica en determinados casos, sobre todo cuando los más débiles continúan siendo perjudicados.

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