miércoles, 11 de enero de 2017

La Rabieta de Netanyahu

Revuelo causó la última resolución de Naciones Unidas, en donde por enésima vez se le solicita al gobierno de Israel que deje de construir asentamientos para sus connacionales en los llamados territorios ocupados en los cuales se pretende consolidar el Estado de Palestina. De un lado, y a diferencia de ocasiones anteriores, en esta pasada Estados Unidos no ejerció su poder de veto sino que optó por abstenerse, lo que se tradujo en la primera condena efectiva contra la actitud de la nación hebrea de establecer colonias en un lugar que se considera parte de otro país. Lo que trajo como consecuencia una reacción puramente emocional de Benjamin Netanyahu, quien decidió expulsar de suelo israelí a todos los representantes diplomáticos de los miembros de la comunidad internacional que votaron la determinación citada desde el inicio de este párrafo, lo que en la práctica significa una ruptura de relaciones con todos ellos. Medida que irónicamente no afectará a los enviados norteamericanos, ya que sus autoridades, pese a que con su conducta generaron el resultado que enseguida provocó el enojo del primer ministro judío, empero como se señaló no apoyaron la aprobación.

En muchos aspectos la supervivencia de Israel es dependiente de Estados Unidos, y de pasada de casi todas las demás potencias occidentales. A los norteamericanos les ha convenido su existencia desde la Segunda Guerra Mundial porque les ha permitido tener una inmejorable cabeza de playa en un vasto territorio, el Medio Oriente, tan rico en recursos naturales como habitantes hostiles. En el país hebreo están conscientes de esta situación y la han utilizado de amplia manera en beneficio propio, con consecuencias muy favorables para ellos, ya que han devenido en un Estado consolidado y completamente viable, con una democracia, un desarrollo cultural y un estilo de vida similares al de cualquier territorio de la Europa más tradicional. Sin embargo, también han empleado esta condición privilegiada para cometer abusos, no sólo hacia los denominados palestinos, sino contra otras naciones de la región, como Egipto, Siria, Jordania o Líbano. Sabiendo además que cualquier acto que hagan contará no sólo con una impunidad que envidiaría cualquier otro aliado de occidente, sino incluso con la venia de sus protectores, en buena parte por lo descrito al inicio de este párrafo pero también por el sentimiento de culpa debido a lo que estadounidenses y en especial europeos hicieron en el pasado con el pueblo judío, que no comenzó con el genocidio de los nazis. De hecho ésta es la primera vez que los EUA cambian su postura de eterno rechazo a los dictámenes de la ONU respecto a los polémicos asentamientos, y sólo desde hace un par de décadas la comunidad europea adoptó una posición crítica en torno a dichas construcciones.

Sin embargo, Israel debería tomar en consideración que ya no es el único punto de penetración que Estados Unidos ha establecido en aquella conflictiva región. Por el contrario, de un tiempo a esta parte, sobre todo tras el fin de la Guerra Fría, ha establecido lazos bastante exitosos con monarquías absolutas islámicas del Medio Oriente, como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos o Qatar, donde no se ve con buenos ojos la existencia del Estado hebreo. Alianzas que además, han significado una superación del reclamo israelí en relación a exhibir un sistema plenamente democrático frente a sus vecinos llenos de autocracias faltas de libertad de expresión, pues la misma naturaleza de esos gobiernos musulmanes ha puesto en evidencia que dicha discusión ha quedado desfasada ante otros aspectos. Por otro lado está la ascendente relevancia que han venido ganando los kurdos, que ya cuentan con un Estado de facto en Irak y bien podrían crear otro en Siria, ambos con alto potencial para constituirse en independencias de derecho. Una característica de este último pueblo es que pueden establecerse parangones entre él y el judío, puesto que su historia también da para relatos épicos, donde caben épocas de inenarrable sufrimiento y represión, en parte también por la dejación de occidente (que en los años 1920, en lugar de garantizarles una autodeterminación, repartió su territorio entre los ya mencionado Irak y Siria además de Irán y Turquía, permitiendo todos los sinsabores posteriores). Incluso tienen sus propios palestinos: los asirios. Delante de este ajedrez político, Israel, lejos de ser la principal puerta de entrada, se está quedando como la de servicio, junto a varias más de idénticas características.

La supervivencia de Israel es algo que no está en discusión, menos aún con la administración norteamericana que asumirá dentro de unos días. Sin embargo, distinta apreciación merece la eventual paz que se pueda generar dentro de su territorio. Las últimas medidas de Netanyahu, de carácter absolutamente belicoso, no aseguran tranquilidad en la llamada tierra santa. Y mucho menos contribuyen a mostrar una buena imagen. Una regla no escrita de la diplomacia, refiere que, si un país toma determinaciones en contra de sus pares que aprobaron una resolución contraria a sus intereses, pero al menos parcialmente perjudicial para la comunidad internacional, dicha nación no hará más que justificar tal libelo, y recibirá un repudio aún mayor. Quizá a los jefes actuales de la nación hebrea no les importe mucho, ya que al menos por el momento -y en realidad, hasta el más lejano o improbable de los futuros- no vean amenazada su integridad. Pero sus compatriotas residentes en el extranjero sí notarán las consecuencias de una opción no reflexionada -que además es probable que ellos mismos desaprueben- y deberán andar con la cabeza gacha por las calles, no precisamente por miedo a un eventual insulto antisemita (que por desgracia son abundantes en esta clase de situaciones). Los israelíes, sobre todo sus autoridades, deben tomar en cuenta que ya no son el centro de atracción de Estados Unidos, factor que tarde o temprano les puede acarrear más de un bochorno.

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