miércoles, 12 de marzo de 2014

Tradicionalmente Gay

Vaya que debe ser difícil la disyuntiva para algunas iglesias evangélicas tradicionales y nacionales que existen en Europa. Como algunas son financiadas por el Estado respectivo ya desde tiempos de la Reforma, han sido obligadas a aceptar que dentro de sus templos se efectúen bodas homosexuales cuando los contrayentes así lo soliciten, en aquellos países donde esa forma de matrimonio ha sido aprobada, pues los aportes gubernamentales las transforman en un bien de uso público disponible para todos los ciudadanos sin diferencias (en lugares muy conocidos por sus notables sistemas de bienestar). Ciertos líderes y pastores se han resistido a estas prescripciones, y en casos puntuales han obtenido pequeños triunfos. Otros, por su parte, se resignan, mientras un tercer grupo recibe estas disposiciones con entusiasmo, ya que ven en su aplicación una señal de apertura y una posibilidad de cumplir el mandato de Jesús que llama a hacer lo correcto con el prójimo aún tratándose de un enemigo físico o un adversario ideológico.

Aunque en la actualidad la mayoría de las congregaciones evangélicas más antiguas, sean nacionales o no, están rodeadas por un halo de progresismo, tolerancia y liberalidad -en especial cuando se trata de abordar temas relacionados con la moral personal-: dicha conducta no se condice para nada con lo que mostraban en sus primeras épocas. Más aún: un buen número de estas comunidades se caracterizaba por una actitud mucho más hermética de la que hoy son capaces de exhibir, por colocar un ejemplo, los fundamentalistas más conservadores. A modo de demostración, baste recordar que hasta hace cien años, los anglicanos de Canterbury no aceptaban como dirigentes a personas zurdas, por aquello de que tras la parusía los justos se sentarían a la diestra de Dios mientras que los impíos a la izquierda (una alegoría que está basada en aspectos de la cultura romana, pero en fin...). Ni hablar de lo acalorado que ha acabado siendo el debate en esa misma organización británica, desde que sus altas cúpulas decidieron incluir a mujeres como pastores y obispos (esto último aún no aclarado del todo). Situaciones que se repitieron, con diversos matices, entre los luteranos holandeses y nórdicos, los cuales llegaron a alentar sendos procesos de brujería.

Con una velocidad mucho más lenta de lo ideal, estas congregaciones han ido abandonando dichos prejuicios. No obstante, para el grueso de la sociedad aún quedan barreras por franquear, y una de ellas es la aceptación de los homosexuales, incluso al interior de los templos. Asunto complejo porque esa tendencia es condenada de punta a cabo en la Biblia, a diferencia de las proscripciones de antaño que más bien estaban sustentadas en interpretaciones erróneas o puntuales de textos específicos sobres los cuales era necesaria un mayor acto exegético. Pero como el pasado condena, y a través de varios siglos los gay han padecido condiciones similares a las experimentadas por las mujeres, los niños, los discapacitados o los grupos étnicos considerados inferiores: entonces no faltan quienes exigen una explicación respecto a por qué se continúa dejando a un colectivo en la marginalidad a la vez que se acoge a todos los demás (y pidiendo disculpas públicas entretanto). Fuera de que es preciso acotar que estas iglesias se hicieron eco de las políticas de sus respectivos Estados protectores, cuya integridad estaban llamadas a salvaguardar. Por lo que en los gobiernos de tales países igualmente se siente una obligación con el particular, y la manera de mostrar un cambio de actitud es entregando nuevas orientaciones a las instituciones dependientes (de qué otra forma en cualquier caso).

En tal sentido, las nuevas iglesias evangélicas (tomando como punto de partida el Estados Unidos de mediados del siglo XIX) no se sienten tan atadas a una responsabilidad ética ni a una sensación de culpa -en el asunto que tratamos en este artículo, de más está decirlo- y sus componentes pueden emitir sus condenas contra los homosexuales con bastante más libertad y convicción. Más aún: en algunas de ellas se han retomado elementos como la restricción del ministerio femenino o incluso la segregación de grupos etáreos en determinados casos, si bien esto último casi siempre se restringe a aspectos de orden ideológico (personas con pensamientos progresistas, por ejemplo). Ocurre que tales congregaciones surgieron cuando sus antecesoras ya no respondían a las inquietudes de los cristianos y la predicación del mensaje y hasta el concepto del ágape se encontraban ausentes. El problema radica en que cada día presenciamos una hendidura más profunda entre quienes desean avanzar en la eliminación de prejuicios nocivos introduciendo modificaciones no menos nefastas, y quienes a modo de reacción se aferran a dichos prejuicios creyendo que constituyen palabra de Dios porque la sociedad no cristiana los detesta. Y en el medio, como la población civil en una guerra, están las almas que buscan a Jesús y no lo encuentran, pues no reciben la orientación adecuada de quienes debieran acudir en su auxilio.

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